Todos los duelos conllevan transitar diferentes estados de ánimo. Es revelador identificarlos. Sobre todo la fase de negociación. .. cuando rebajas y rebajas intentando no perder algo que ya no tienes. Es triste. Puede parecer hasta vergonzoso… pero es al fin y al cabo amor y dolor por lo que ya no está. Lo bueno es que esa etapa pasa y llega la siguiente que no es más que un paso adelante hacia la aceptación de la realidad… Vive cada etapa… no hay atajos.
Esto lo escribí el otro día en mi muro de Facebook.
Me respondieron algunas madres que habían sufrido la muerte de sus bebés. Lógico porque una de las facetas de mi trabajo con los padres es acompañar el duelo perinatal.
Yo no hablaba de ese duelo, pero da igual.
Pierdas lo que pierdas el proceso es el mismo.
Harás un duelo por un hijo no nacido, por un trabajo que perdiste, por la muerte de alguien querido, por una expectativa truncada, por un amor que creías y no es. Incluso por lo que no llegas a perder pero que sencillamente ha cambiado.
Si eres una madre embarazada que sueña con su precioso bebé fuerte y sano y la realidad te presenta otro bebé precioso pero no como esperabas, tendrás que hacer un duelo.
Si tu pareja se muere o te abandona tendrás que hacer un duelo.
Si vives una historia de amor que va cambiando y transformándose en otra cosa, que quizás sea más bella que la primera o más real, o más duradera, da igual, tendrás que hacer un duelo.
No nos consuela lo que tenemos por muy bueno, precioso, sano y real que sea.
Y no nos consuela porque lloramos lo que soñamos, lo que teníamos, lo que apostamos a esa carta, lo que dimos , los proyectos que planeamos desde esa realidad. Todo eso se esfuma y no es fácil.
Llegará el momento de aceptar lo que hay y hacer nuevos proyectos, nuevos sueños, nuevas expectativas a partir de lo que sí tenemos… pero lleva tiempo.
No es un proceso fácil, no es rápido, no hay atajos, no hay fórmulas mágicas. Hay dolor y rabia y tristeza. Y cuanto más dolor y más rabia y más tristeza sientas… más sanador el proceso, porque la única verdad es que hay que vivirlo.
No le digas a nadie que está viviendo un duelo que no pasa nada, que es mejor así, que se quede con lo bueno. Ya lo sabe, ya lo sé, ya lo sabemos. Pero da igual. No consuela.
Se sobrevive a los duelos. La humanidad ha sobrevivido precisamente porque tenemos esa capacidad. Todos en el fondo sabemos que no moriremos de amor, o de desamor, a no ser que nos estanquemos en un duelo sin hacer que nos consuma las ganas de vivir, pero necesitamos recrearnos por un momento en el dolor, en la pena, en la tristeza, en la rabia… hasta en el rebajarnos a mendigar las migajas de esos restos que creemos pueden compensar lo que se fue…
Echamos de menos algo que tuvimos porque al no estar vemos el hueco vacío.
Y el primer impulso es rellenarlo, como si así no hubiera vacío. El refrán famoso de un clavo saca otro clavo. Pero no es cierto.
Porque las personas no somos clavos, porque cada vivencia es única y el hueco que deja cada ser en nuestra vida es único.
Nuestra vida está llena de huecos que han ido quedando vacíos. Y de lugares nuevos ocupados por personas nuevas. Si tenemos claro esto será más fácil hacer un duelo sano.
Los seres nuevos no sustituyen a los ausentes, aunque como ocupan nuestro tiempo con alegrías y sentimientos nuevos nos ayudan a no estancarnos en la pena del que no está.
Un duelo en soledad es mucho más duro. Pasada la etapa del no querer hablar, llega la de necesitar expresar esos sentimientos que son tan fuertes que ahogan y que necesitan una vía de escape, una salida. Si cuentas con personas que te escuchan y te contienen felicidades. Si no, búscalas en otro lugar, en profesionales incluso. O escribe. La cuestión es sacarlas fuera, expresarlas, nombrarlas para verlas en su dimensión real. Lo que no se expresa parece que crece y crece en nuestro interior. Es preferible ponerle palabras, y lágrimas, pero fuera del ser. Como arrojándolo de nosotros, como cuando vomitamos lo que nuestro organismo no es capaz de digerir.
Después llega la calma.
No puedo asegurarte cuándo… pero llega.
Y el tú que serás, será mucho mejor. Menos inocente eso sí. Pero habrás crecido y aprendido mucho sobre ti, sobre el dolor, sobre tu capacidad, sobre las relaciones entre personas. Por un tiempo tendrás peor humor, aguantarás menos las tonterías banales que rodean nuestra vida, pero hasta eso volverá. Y te verás otra vez decidiendo si comprar unos zapatos con más o menos tacón o riéndote con una peli absurda e incluso buscando otro hijo o enamorándote de nuevo.
Pero no ahora…aún no.
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