Empezó con una maleta roja llena de besos rechazados que nadie quería…
«Empaquetar una historia de amor no era fácil, pero era necesario.
Esa pequeña maleta roja albergaba todos esos pequeños recuerdos que un día le hicieron reír y soñar. Fotos, un posavasos de su primera cena juntos, unas cartas en papel que aún huelen a su perfume, una piedra de un mar que incluía el juramento de un viaje por sus aguas, una pulsera de cuerdas ya ajada… Y su memoria que le trae sin querer al presente esos momentos con él, recuerdos que querría poder guardar tan fácilmente como esas cosas.
Pero no es tan sencillo. Las cosas se pueden guardar o quemar, pero los momentos vividos permanecen para siempre. Y no sólo los recordamos, nos impregnan el ser, porque nos hacen ser quienes somos ahora.
Sin todos esos momentos, sin esas risas, esas alegrías y esos planes y sueños, aunque truncados, ella no sería la que es hoy.
Cierra la maleta llorando y pensando en esa canción… “a dónde van los besos que guardamos…que no damos…”
Cuánto añoraba sus besos, cómo disfrutaba su boca. Le sabía bien a pesar de que nunca soportó a la gente que fuma. Será verdad que enamorarse es perder el sentido, se dice.
Y con el click del cierre se jura a sí misma no volver a pasar por esto. No compensa, se repite una y otra vez, el dolor, por el gozo vivido.
Pero en el fondo no lo cree.
Claro que le compensa. ¿Cuánta gente vive años sin experimentar esos momentos de felicidad absoluta? ¿Cuántas personas de las que ella conoce han llorado de felicidad como ella? Pero sigue diciéndose que no compensa. Se lo repite porque sabe que ahora necesita la rabia para seguir adelante. Porque sabe que si reconoce que valió la pena a pesar del precio a pagar, seguirá soñando con él, con sus besos, con su boca, con ese viaje por ese mar. Y correría el riesgo de perderse en la tristeza de saber que eso nunca llegará.»