por Mimirada | Feb 2, 2015 | Relatos
(…)
Y hablaron, y quedaron, y salieron, y se miraron a los ojos, y ella desnudó el alma a través de ellos. Y se abrazaron. Y ahí empezó todo.
Ese abrazo que él le dio sin saber my bien por qué y ella sintió como un refugio. Un reposo de segundos que parecía detenerse en el tiempo.
Un cuerpo tan extraño y tan cercano a la vez. Tan de verdad. Un abrazo que la envolvía y la desnudaba a la vez.
-«¿Cómo seguir fingiendo después de esto?» (pensó ella)
Y sus lágrimas cayendo le recordaron esa sensación de tristeza en la que se había acostumbrado a vivir. Le era tan familiar que ya ni la notaba.
Ese dolor y esa tristeza que se le escapaba por la piel y por sus ojos cuando alguien se tomaba el tiempo de tocarla de verdad, o de mirar dentro.
Dolor que anestesiaba con otros dolores. Tristeza que disfrazaba como sólo ella sabía.
Se separó de ese cuerpo cálido y acogedor, aunque se hubiera quedado allí eternamente. Se limpió las mejillas y le dijo:
-«Lo siento, pensarás que estoy loca»
Y seguramente, en cierto modo, el deportista lo pensó. No loca de perder la cabeza, sino loca de las que pierden el punto en el horizonte por caminar mirando atrás.
Pero le intrigaba esa mujer que escribía todo lo que le pasaba y que inventaba otros finales para sus cuentos. Le atrajo su intensidad y el contraste entre lo que se veía y lo que se intuía.
Y decidieron verse otro día, con menos prisas y más verdad.
La escritora pasó esos días pensando en ese encuentro, en esa conversación, en las confesiones ante una taza de té, en el llanto no invitado que quiso aparecer, en ese abrazo que sintió necesitar y se atrevió a pedir.
Pensó en su primera impresión al verle. Muy alto, muy delgado, gesto serio. Y calma, mucha calma. Eso que ella admiraba por antojársele imposible.
Y esos ojos que la miraban mientras hablaba. Como si no le interesaran las palabras sino el alma que se escondía en toda su verborrea.
Y su pregunta, LA PREGUNTA, que le cayó como un jarro de agua fría. La que le mostró que ese hombre no era común, que era de los que estaña acostumbrados a afrontar retos y al parecer se había propuesto saber la verdad de esa mujer de ojos intensos y que tenía la misma facilidad para reír que para llorar.
-«¿Y a ti qué te falta?»
(Continuará)
por Mimirada | Feb 1, 2015 | Personal
Una vez oí que todo lo que hacemos en la vida está motivado desde una de estas 2 emociones: el miedo o el amor.
Desde entonces a menudo cuando tomo una decisión me pregunto desde dónde la tomo.
No siempre es fácil distinguirlas, a veces parecen la misma cosa. Sobre todo porque la idea de amor que tenemos en general está bastante distorsionada y porque nuestra propia mochila está muy cargada con cosas que nos hacen difícil pensar de forma coherente. Nuestra mochila tiene mucho de todo… menos de autoestima.
Cargamos con inseguridades de las que a veces no somos conscientes, que sólo comprendemos cuando nos decidimos a mirar quiénes somos y de dónde venimos. No es fácil. Es un camino doloroso mirar a ese bebé y niño que fuimos y saber que a pesar de todo el amor que se nos quiso dar, en la mayoría de los casos no fue suficiente.
Se convenció a nuestros padres que era mejor parir en un hospital, con anestesia, dejarnos dormir en el nido y darnos biberones, que eran mucho más modernos y liberadores. Nos arrojaron a lugares donde se «guardaban» niños, como quien deja el coche en un parking esperando a que salgamos de trabajar.
Algunos fuimos criados por abuelas, quizás en semanas alternas.
Y crecimos con poco brazo y mucha Tv.
Rara es la persona que tuvo un maternaje satisfactorio y satisfaciente. Y esa realidad por ser lo común no deja de ser devastadora para una sociedad compuesta de adultos con una carencia primal que nos empeñamos en llenar con otras personas, o con cosas, o con emociones.
En esa sopa orgánica de seres insatisfechos, vamos creciendo con la expectativa de que la felicidad la tendremos junto a alguien en concreto, esa persona que colmará nuestra necesidad. Y así toda la literatura y todo el arte irán moldeando nuestra conciencia colectiva para soñar con encontrar a alguien perfecto.
Alguien que el Universo o Dios o el Destino ha puesto especialmente para nosotros.
Y un día creemos encontrarla: la persona perfecta. Y flotamos, y estamos felices, eufóricos, y en vez de caminar, levitamos al pensar en ella.
Y ese éxtasis que provocan nuestras hormonas junto a ese ser especial: dopamina, oxitocina, nos engancha y nos hace querer repetir.
Y confundimos placer con amor. Confundimos vínculo con necesidad.
Y lo que creemos que es amor es miedo. Miedo a perder, miedo a estar solos, miedo a quedarnos sin esa recompensa, sin ese chute, sin esa emoción.
Entonces alguien nos dice que el apego en ese sentido es una trampa. Que cuanto más quieras retener algo, más lo alejas de ti.
Yo a nivel intelectual lo entiendo perfectamente, le veo la lógica incluso. Porque sé que la felicidad propia depende en primer lugar de uno mismo. Y que el amor empieza por uno mismo.
Pero luego analizo mis propias vivencias y veo lo difícil que es no caer en esa utopía de sentirse colmado con otra persona.
Yo soy intensa para todo. Para amar también.
Seguramente cuanto más intensamente amemos más necesidad manifestamos de llenar un vacío interno.
No sé si se puede cambiar, no creo que sea fácil vivir con el desapego como meta. Lo que sí sé, es que es necesario tomar conciencia de cómo amamos y distinguir el amor del miedo.
Yo he tenido ( tengo) tanto miedo que dejé que el amor se transformara por completo.
Dejé de confiar y de creer y empecé a temer. Y el temor me hizo olvidar.
Tenía tanto miedo que olvidé…
Olvidé
que me gusta estar contigo
que me gustan tus paradas para el café
que me gusta que me vacíes la nevera
que me gusta que de noche hagas «chas»
que me gusta cuando nos besamos a escondidas en la cocina
que me gusta contarte mis penas
y mis alegrías
que me gusta saber que estás ahí si te necesito
que me gusta enviarte canciones
y recibirlas
que me gusta oír tus historias de la bici
y que me expliques por qué el intestino humano es tan largo
que me gusta cuando me haces el amor
y sentirlo así
que me gusta cuando me miras porque sé que me ves
que me gusta cuando ríes conmigo
que me gustan tus chistes malos
que me gusta que tengas un gato
que me gusta cómo me besas y me chupas
que me gusta que te guste mi culo
que me gusta que fantaseemos juntos
Todo eso olvidé
y sólo tuve que echarte de menos para recordar
todo lo que me gusta hacer contigo
Y atreverme a decirte
que me gustaría que me enseñaras Sevilla con tus ojos…
Y ahora sé que no se trata de necesitarte, que no moriré sin ti, ni tú sin mi.
Que se trata de que pudiendo elegir estar separados, preferimos estar juntos.
Que decidimos nosotros, no el miedo.
Yo he decidido que estés en mi vida, sin irte de la tuya.
Y disfrutarnos y reír, y llorar, y hablar y pasear y bailar, y apostar y perder o ganar…
Y esta noche …
volveremos a empezar.
En el mismo lugar donde empezamos ¿recuerdas?
Sin pensar en hasta cuándo ni hasta dónde
sin temer la incertidumbre
Hoy es hoy y estamos juntos
y te quiero y tú me quieres.
y para nosotros este Hoy es mejor que un Para siempre
por Mimirada | Ene 28, 2015 | Relatos
Como muchas mañanas estaba con su ordenador trabajando en su cafetería preferida. Hacía frío y se dejó su abrigo en el coche, pero le estaba cundiendo la mañana y no quería parar para ir a buscarlo.
Pidió un té rojo para entrar en calor. Se tomó uno minutos de pausa del teclado y se puso a observar a la gente alrededor.
Era una cafetería que servía de punto de reunión de equipos de comerciales. Oficinas improvisadas, punto de encuentro, lugar de reunión céntrico pero de fácil acceso.
En una mesa una abuela con un bebé. No puede evitar sonreír al ver la escena. Siempre sonríe al ver a un bebé. Echa de menos los suyos. Ya no son bebés, esa etapa acabó. Y suspira.
Mientras su mente vuela pensando en pieles de bebé con ese olor inconfundiblemente embriagador se da cuenta que en otra mesas hay un hombre que la observa a ella.
le resulta vagamente familiar, le devuelve la mirada unos segundos y atisba una leve sonrisa. De esas que quieren decir un «hola» tímido.
Juraría que le mantiene la mirada más de lo normal, pero vuelve a sus cosas y sus pensamientos.
No es un momento fácil. Tomar decisiones siempre tiene una parte de liberación y otra de miedo a haberse equivocado.
Se dice a sí misma que es lo correcto y a la vez se enfada por desear no haberlo hecho.
¿Cómo es posible que a estas alturas de la película le haya pasado de nuevo?
Mira el teléfono que tiene sin timbre para poder concentrarse mientras escribe, y revisa si tiene mensajes.
En realidad sólo le interesa un mensaje, Ese que no llega.
-«Mejor así», se dice
y no resulta creíble ni para sí misma.
Vuelve a suspirar, esta vez de forma profunda, con esos suspiros de anhelo, en los que se vacía el alma tras el aire que sale del pecho.
Y nota que la observan y vuelve a mirar a esa mesa. Y sí, efectivamente el chico de la otra mesa la estaba mirando.
EN esta ocasión se turba como si él adivinara sus pensamientos.
-«Es imposible», se dice. «¿Cómo va a saber en qué pienso?»
Y recuerda cuántas veces ha explicado ella que el cuerpo no miente, que nuestros lenguaje corporal es quizás el único verdadero que tenemos.
Ese suspiro la delata. No era cansancio, no era aburrimiento; era nostalgia y tristeza.
No lo va a reconocer, pero ya le echa de menos. Y sabe que ese deseo puede llegar a ser tan intenso que duela.
Y de repente cambia su postura y se pone tensa, como quien se dispone a enfrentarse a algo o a alguien.
Y es así, porque se enfrenta a su propio deseo. A la parte de ella que quiere rendirse y seguir a cualquier precio.
Y vuelve a buscar la mirada del desconocido como para decirle que no es lo que cree. Que va a mantenerse en su decisión. Como si él fuera su conciencia, como si el desconocido supiera lo que pasa o le importara.
Y en esta mirada vuelven a mantenerse los ojos un par de segundos.
Demasiados para un desconocido, piensa ella. Y los aparta.
Ella suele mantener fácilmente la mirada a los demás. De hecho en la última conversación con su deportista, él se lo dijo: «A veces intimidas con tus miradas».
«A este al parecer no» piensa e intenta no sonreír mientras se imagina por qué este chico la mira y la mira de ese modo.
Es curioso, hace unos meses otro desconocido apareció de casualidad en su vida, y fue su mirada la que lo atrajo a conocerla.
Y hablaron, y quedaron, y salieron, y se miraron a los ojos, y ella desnudó el alma a través de ellos. Y se abrazaron. Y ahí empezó todo.
(continuará)