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La escritora y el deportista-2

La escritora y el deportista-2

(…)
Y hablaron, y quedaron, y salieron, y se miraron a los ojos, y ella desnudó el alma a través de ellos. Y se abrazaron. Y ahí empezó todo.

Ese abrazo que él le dio sin saber my bien por qué y ella sintió como un refugio. Un reposo de segundos que parecía detenerse en el tiempo.
Un cuerpo tan extraño y tan cercano a la vez. Tan de verdad. Un abrazo que la envolvía y la desnudaba a la vez.

-«¿Cómo seguir fingiendo después de esto?» (pensó ella)
Y sus lágrimas cayendo le recordaron  esa sensación de tristeza en la que se había acostumbrado a vivir. Le era tan familiar que ya ni la notaba.
Ese dolor y esa tristeza que se le escapaba  por la piel  y por sus ojos cuando alguien  se tomaba el tiempo de tocarla  de verdad, o de mirar dentro.
Dolor que anestesiaba con otros dolores. Tristeza que disfrazaba como sólo ella sabía.
Se separó de ese cuerpo cálido y acogedor, aunque se hubiera quedado allí eternamente. Se limpió las mejillas y  le dijo:
-«Lo siento, pensarás que estoy loca»

Y seguramente, en cierto modo, el deportista lo pensó. No loca de perder la cabeza, sino loca de las que pierden el punto en el horizonte por caminar mirando atrás.
Pero le intrigaba esa mujer que escribía todo lo que le pasaba y que inventaba otros finales para sus cuentos. Le atrajo su intensidad y el contraste entre lo que se veía y lo que se intuía.
Y decidieron verse otro día, con menos prisas y más verdad.

La escritora pasó esos días pensando en ese encuentro, en esa conversación, en las confesiones ante una taza de té, en el llanto no invitado que quiso aparecer, en ese abrazo que sintió necesitar y se atrevió a pedir.
Pensó en su primera impresión al verle. Muy alto, muy delgado, gesto serio. Y calma, mucha calma. Eso que ella admiraba por antojársele imposible.
Y esos ojos que la miraban mientras hablaba. Como si no le interesaran las palabras  sino el alma que se escondía en toda su verborrea.
Y su pregunta, LA PREGUNTA, que le cayó como un jarro de agua fría. La que le mostró que ese hombre no era común, que era de los que estaña acostumbrados a afrontar retos y al parecer se había propuesto saber la verdad de esa mujer de ojos intensos y que tenía la misma facilidad para reír que para llorar.
-«¿Y a ti qué te falta?»

(Continuará)

La escritora y el deportista

La escritora y el deportista

Como muchas mañanas estaba con su ordenador trabajando en su cafetería preferida. Hacía frío  y se dejó su abrigo en el coche, pero le estaba cundiendo la mañana y no quería parar para ir a buscarlo.
Pidió un té rojo para entrar en calor. Se tomó uno minutos de pausa del teclado y se puso a observar a la gente alrededor.
Era una cafetería que servía de punto de reunión de equipos de comerciales.  Oficinas improvisadas, punto de encuentro, lugar de reunión céntrico pero de fácil acceso.
En una mesa una abuela con un bebé. No puede evitar sonreír al ver la escena. Siempre sonríe al ver a un bebé. Echa de menos los suyos. Ya no son bebés, esa etapa acabó. Y suspira.
Mientras su mente vuela  pensando en pieles de bebé con ese olor inconfundiblemente embriagador se da cuenta que en otra mesas hay un hombre que la observa a ella.
le resulta vagamente familiar, le devuelve la mirada unos segundos y atisba una leve sonrisa. De esas que quieren decir un «hola» tímido.
Juraría que le mantiene la mirada más de lo normal, pero vuelve a sus cosas y sus pensamientos.
No es un momento fácil. Tomar decisiones siempre tiene una parte de liberación y otra de miedo a haberse equivocado.
Se dice a sí misma que es lo correcto y a la vez se enfada por desear no haberlo hecho.
¿Cómo es posible que a estas alturas de la película le haya pasado de nuevo?
Mira el teléfono que tiene sin timbre para poder concentrarse mientras escribe, y revisa si tiene mensajes.
En realidad sólo le interesa un mensaje, Ese que no llega.
-«Mejor así», se dice
y no resulta creíble ni para sí misma.

Vuelve a suspirar, esta vez de forma profunda, con esos suspiros de anhelo, en los que se vacía el alma tras el aire que sale del pecho.
Y nota que la observan y vuelve a mirar a esa mesa. Y sí, efectivamente el chico de la otra mesa la estaba mirando.

EN esta ocasión se turba como si él adivinara sus pensamientos.
-«Es imposible», se dice. «¿Cómo va a saber en qué pienso?»
Y recuerda cuántas veces ha explicado ella que el cuerpo no miente, que nuestros lenguaje corporal es quizás el único verdadero que tenemos.
Ese suspiro la delata. No era cansancio, no era aburrimiento; era nostalgia y tristeza.
No lo va a reconocer, pero ya le echa de menos. Y sabe que ese deseo puede llegar a ser tan intenso que duela.
Y de repente cambia su postura  y se pone tensa, como quien se dispone a enfrentarse a algo o a alguien.
Y es así, porque se enfrenta a su propio deseo. A la parte de ella que quiere rendirse y seguir a cualquier precio.
Y vuelve a buscar la mirada del desconocido como para decirle que no es lo que cree. Que va a mantenerse en su decisión. Como si él fuera su conciencia, como si el desconocido supiera lo que pasa o le importara.
Y en esta mirada vuelven a mantenerse los ojos un par de segundos.
Demasiados para un desconocido, piensa ella. Y los aparta.
Ella suele mantener fácilmente la mirada a los demás. De hecho en la última conversación con su deportista, él se lo dijo: «A veces intimidas con tus miradas».
«A este al parecer no» piensa e intenta no sonreír mientras se imagina por qué este chico la mira y la mira de ese modo.

Es curioso, hace unos meses otro desconocido apareció de casualidad en su vida, y fue su mirada la que lo atrajo a conocerla.
Y hablaron, y quedaron, y salieron, y se miraron a los ojos, y ella desnudó el alma a través de ellos. Y se abrazaron. Y ahí empezó todo.

(continuará)

¡Chas!

¡Chas!

Ayer puse el blog privado.
Al parecer, este rincón que solo lees tú y algún otro más, molesta por su crudeza en algunos temas.
Hoy he decidido que lo dejaré cómo estaba.
No lo difundo, no lleva mi nombre, no le doy bombo… pero lo quiero así. Lo quiero abierto.
Ya he cerrado demasiadas cosas y escondido demasiadas otras.
Cuando perdí a mi bebé viví en carne propia el rechazo que nos produce el dolor ajeno.  Me veía pidiendo perdón por llorar. Hasta que me di cuenta de las connotaciones que tenía hacerlo.
No pienso pedir perdón por llorar, o por querer, o por no querer, o por odiar.
No pienso pedir perdón por ser sincera.
No pienso fingir para que te sientas mejor. No aquí. No con estos temas.
No pienso decir «te quieros» para conseguir cosas, para que la otra persona se sienta plena y satisfecha, para que sus egos se ensanchen, para que creas que soy lo que no soy.
Las palabras son palabras, fáciles de pronunciar. Algunas a base de repetirlas sin ton ni son se han convertido en palabrería.
Intento no caer en eso.
Pero al parecer hay una especie de reglas del juego colectivas que dicen que hay que encajar en sistemas preestablecidos, con normas claras y definidas y etiquetas y roles.
Y nos parece que las personas no podemos crear nuestros propios sistemas. Los que decidan los implicados, tomando de lo que hay esto y dejando aquello.
¿Soy egoísta?
Pues probablemente. Porque en el fondo lo somos todos. Creo que salvo en las relaciones padres-hijos, la mayoría de las demás son todas egoístas. Basadas en lo que obtenemos.
El llamado amor debe ser la más egoísta de todas. Queremos por cómo nos hace sentir, por lo que obtenemos, por lo que mostramos al mundo que tenemos.
¿Por qué no adaptar ese egoísmo para que las relaciones sean lo que esas personas decidan y solo ellas?
¿Por qué enaltecemos la sinceridad si luego no soportamos oír la verdad?
¿Por qué nos duele el engaño?
¿Porque nos engañaron, porque no nos dijeron que nos engañaron, porque nos dicen ahora que un día nos engañaron y nos sentimos doblemente engañados, porque nos engañamos a nosotros mismos creyendo que esta vez sí, que esta vez iba a funcionar y no fue así?
¿Nos duele que nos fallaran?
¿O nos duele haber apostado y perder?
¿Nos duele por el ego?
Siempre es el ego.

Quería las buenas noches y los buenos días.
Mirar el cielo desde una duna
Mirar tus ojos que me leían
Bailar en la calle,
o en mi casa o en la tuya
Bañarme en el mar, de noche  y desnuda
Perder la ropa
y encontrarla
Reírme de todo
De lo gracioso y de lo penoso
Las Caricias a escondidas
Besos robados y entregados
Pedidos y regalados
Pero besos que sabías que me gustaban
Quería quererte
Sin ataduras
Yo contigo, tú conmigo
Sin terceros opinando
Quería ser viento
¿recuerdas?
Quería ser meta
Y el punto de partida de tus carreras
Quería esa pintadera
porque era tuya
Quería la niña de la pulsera
niña que tú ya conocías
Quería la caja mágica
por buscarla y encontrarla para mí
Quería los «chas» de madrugada
Yo quería todo eso
Nada más y nada menos
Pero «eso» era magia
y ya no soy una niña
Y ahora ya sí sé
que no existen ni los «chas» ni  la magia.

Una niña y una caja de música

Una niña y una caja de música

Ese día  la escritora se sentía triste.
Se cansó de escribir sus tristezas y decidió salir a pasear.
A pesar de caminar sin rumbo, con su mente divagando  también sin timón, se dio cuenta que sus pies la llevaban a esa calle bohemia en la que tantas veces acababa. Una calle estrecha, fría, con pequeñas tiendas viejas con olor a humedad.
No sabe muy bien por qué le gustaba deambular por esa calle. Quizás porque no era muy transitada, quizás por el aire bohemio que se respiraba y que ella hace tiempo dejó atrás. En el fondo añora a esa joven que soñaba con ganarse la vida con sus obras mientras viajaba por el mundo conociendo gente pintoresca sobre la que seguir escribiendo. Ahora se siente un poco desleal con aquella joven, la mujer madura que es a veces la deja salir, pero muy poco.
Hoy ha decidido entrar en la tienda de antigüedades.
Solo un par de veces compró algo en esa tienda, pero le gusta mirar y rebuscar entre objetos viejos imaginando las historias que podrían contar de la gente a la que pertenecieron.
Si los objetos hablaran… piensa.
En la tienda hay una mujer y una niña, su hija casi con seguridad. Una pequeña rubia con esa expresión de niña espabilada que descubre en cada objeto que la rodea todo un mundo mágico.
Aún tiene esa capacidad, se dice, de imaginar la historia en vez de intentar adivinarla y reproducirla. Y se pregunta cuándo perdió ella la capacidad de inventar para pasar a ser una mera cronista de historias y emociones. Suyas y ajenas.

Nunca fue muy buena inventando historias. Su capacidad de fantasear no duró mucho, si es que alguna vez la tuvo. Por eso le gusta observar a los niños. Admira su creatividad y capacidad de ver más allá, o de no ver más allá,  porque a veces la magia es ver lo que hay y no lo que creemos que hay. Les contamos historias a los niños, cuando lo que deberíamos hacer es escucharles a ellos contarnos las suyas.
Mientras coge una muñeca antigua de esas con carita de porcelana observa a la niña que ha encontrado un objeto y parece entusiasmada:

-«Mira qué joyero tan bonito mamá»
Y sus ojos se abren aún más admirando los dibujos labrados en la caja  y siguiéndolos con un dedo.
Decide abrirla y de  pronto  se oye una melodía que la escritora reconoce,  pero totalmente nueva para la pequeña rubia.

«¡Mamá tiene música dentro! ¡Y una bailarina!»
Y su cara refleja la sorpresa de descubrir algo mágico en una aparentemente sencilla caja de madera. Observa con curiosidad a la muñequita mitad princesa mitad bailarina  que da vueltas de puntillas sobre sí misma al ritmo de la música.
¿De dónde sale la música mamá?  ¿lleva pilas?, dime,  dime»
Su madre le sonríe y le explica cómo esas cajas de música emiten melodía a pesar de no tener Cds ni pilas.
«¿Ves sirena? se le da cuerda aquí y suena», le dice mostrándole la llave de la parte inferior de la caja.
y la niña más excitada si cabe dice:
-«yo quiero mamina, yo quiero hacer música con la caja»
Y le da vueltas a la tuerca de forma apresurada, como todo lo que se hace cuando uno no tiene aún conciencia de lo rápido que pasa el tiempo.
La bailarina continúa dando vueltas y la melodía se oye ahora algo más rápido. La niña deja la caja sobre la repisa y empieza a dar vueltas.

-«Mira mamá, soy la bailarina de la caja» y gira sobre sus pies con sus brazos levantados sobre su cabeza.
Ahora la escritora mira  a la madre y se dice que esa es la expresión misma del amor y de la felicidad.
Cuántos poetas han intentado escribir sobre ello  cuántas canciones, cuántos lienzos… y ahora, en ese preciso instante, en la mirada de esa mujer a su hija acaba de comprenderlo.
Y lloró, por no haber tenido una caja de música y por no haber querido nunca ser bailarina.

Te Amo

-Te amo
-Me amas pero no me escuchas ni me comprendes. No entiendes mi dolor ni me dejas explicártelo. Me amas y en realidad soy una desconocida para ti. Me amas cuando lo que hay es un abismo que crece entre nosotros.

-Te amo
-Me amas… y te enamoras de otra y ni siquiera tienes valor de decírmelo. Me dejas que siga pensando que hay algo más que tengo que hacer. Cuando el problema eres tú y la facilidad para pronunciar unas palabras que te quedan grandes.

-Te amo
-Me amas pero me desprecias. Me amas pero me juzgas. Me amas pero criticas ferozmente quien y lo que soy, lo que hago y cómo lo hago. Me amas y me amenazas.

No me critiques por no decir «TE AMO», cuando esto es lo que he aprendido yo del amor

La escritora y el pirata-Fin

La escritora y el pirata-Fin

-¿Por qué escribes?
-Pues podría decirte que por hobbie o por trabajo… pero la verdad es que escribo por pura necesidad.
-¿Necesidad?
-No te pasa a veces que tienes una emoción muy intensa , tanto que te ahoga el pecho? Pues para mi escribir es mi forma de liberar mis emociones. No en el sentido de que las saque de mi y desaparezcan… sino que le pongo nombre, le doy forma, muchas veces la adorno y exagero, por supuesto. No todo lo que escribo me pasa (ojalá 😉 ), pero sí, el fondo está ahí. Y plasmarlo por escrito lo convierte en algo más tangible, más identificable, en real.
Es como un exorcismo.
-Imagino que te sientes como aliviada.
-Pues a veces no. A veces es duro. Es difícil, lloro. Porque escribir algunas cosas es como reconocérmelas a mi misma. Y somos tan expertos todos en el autoengaño, que hablarnos sin máscaras y sin excusas es cuanto menos, incómodo.
-Creí que escribir te liberaba, y me dices que a veces te incomoda?
-Sí. Como cuando ves a un amigo que hace algo que sabes que no le va bien, y dudas entre decírselo o no. Porque sabes que quizás el precio a pagar sea muy caro. Puede que el peaje sea la propia amistad.
Cuando escribo sobre lo que siento intento ser honesta y no engañarme. Y sinceramente no siempre estoy orgullosa de lo que leo.  Veo a la mujer estúpida, a la que ha rebajado sus propias normas, a la que ha sido desleal, a la que se derrumba aunque no lo parezca.
Cuando te desnudas por dentro, la visión del espejo no es fácil de resistir.
-Y aún así lo haces.
-Sí, me imagino que soy muy vanidosa. Aunque a veces quiero pensar que alguien me lee y llega a conocerme de verdad.
Quien soy de verdad y no quien quiere esa persona que yo  sea. No la imagen preconcebida  que se hace de mi.
Soy muchas cosas a la vez, y no solo soy una mujer fuerte y decidida. A veces sigo siendo una niña sola. Y sigo siendo la adolescente que se comía el mundo con sus ideales, y también la mujer que tenía unos principios tan estrictos que juzgaba con facilidad a quienes estaban por debajo de ellos. Y soy la que cree en la pareja y en la fidelidad como forma idónea de vivir. Y soy a la vez la que no quiere ataduras, la que solo quiere responsabilidades con los suyos, que no soporta que me coarten, y soy la que violó sus propios principios, y fue desleal. Y la que dice que no quiere complicarse la vida pero sigue buscando con quien complicársela.  La que dice que no quiere comprometerse, pero como diría mi amiga «Ana»: «nena tú sí quieres un novio».
-Suena…
-Sí, lo sé: esquizofrénico. Pero es que creo que o todos somos ambiguos en ciertas cosas, o si no, que somos demasiado cobardes para reconocerlo. y yo cuando escribo, intneto reconocerme en cada línea. Incluso en la ficción.
-Entonces cuando me escribiste aquello…
-Bueno, tampoco te agobies, porque ya te dije que las emociones las vivo de forma intensa. En ese momento sentía esa emoción. No me preguntes por qué. O sí, si quieres.
-Dime, quiero saberlo
-Pues no sé porque apenas te conozco, no sé ni tu nombre. Pero  me intrigaste, y la curiosidad es lo opuesto a la indiferencia, y a indiferencia es lo peor que podemos inspirar. Tú me inspiraste, con tu piratería y tu halo de misterio de sí pero no.
Pero fue la emoción de ese momento.  Si no se alimenta, como el mayor de los fuegos, si no hay oxígeno, se extingue.
Tú te acercaste pero por lo que sea decidiste que no. Y yo solo quise regalarte algo único: la emoción única y real de ese momento.
Una vez el oxígeno ausente apaga el fuego, queda el recuerdo, y las cenizas.
Como cuando ves un paisaje quemado y no puedes evitar recordar cómo era antes. Pues así pero sin dolor. Porque fue algo efímero, que no llegó a echar raíces.
-No sé qué decirte
-No necesitas decir nada… Los silencios son más elocuentes que las palabras. No lo olvides nunca.
Ahora coge tu barco, y pon rumbo a  otro puerto.. o a la deriva.
-Adios mi arrolladora escritora
-Adios mi pirata desconocido. Ojalá seas feliz.

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